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He pensado que…
Por: Padre Eugenio Antonio Gómez Caycedo, S.J.
Jul 07 2018
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El nombre de IGNACIO fue el mejor que se pudo escoger para nuestro Hospital, si se tiene en cuenta lo que ha significado para la Compañía de Jesús la atención a los enfermos y el servicio en los Hospitales.

Ignacio y sus primeros compañeros eran egresados de las principales universidades de Europa ¿En qué escuela quiso Ignacio que se graduaran de nuevo sus compañeros? Se pregunta uno de sus biógrafos.

"¿Qué plan tenía Ignacio para aquellos flamantes magistri parisienses? Uno inesperado: distribuirlos por los hospitales venecianos, uno de ellos llamado de los incurables, para que bajasen de las sutilezas universitarias a los estratos más miserables de la vida, hacer camas, barrer, limpiar llagas, vestir y enterrar muertos" (Ignacio de Loyola, "La aventura de un cristiano". Ignacio Tellechea Idígoras, Editorial Sal Terrae").

Uno de los primeros compañeros de Ignacio, el portugués Simón Rodrigues, cuenta cómo, llegados a Venecia y estando a la espera de embarcarse para Jerusalén, resolvieron emplear parte del tiempo en servir a los pobres en los hospitales y se repartieron en dos grupos: uno al Hospital de San Juan y San Pablo, y otro al de los incurables, a donde el padre Ignacio los iba a visitar algunas veces desde la casa en la cual estaba, y los padres también lo iban a visitar a él. En estos hospitales servían los padres haciendo las camas, limpiando y barriendo todo lo que estaba sucio, lavando los recipientes en que los pobres hacían sus necesidades y también les daban de comer a su tiempo y a los que morían les hacían las sepulturas y los enterraban. Y esto lo hacían de día y de noche, con tanto fervor y cuidado y con tanto gozo y alegría, que era cosa de gran edificación para todo aquel Hospital (Fontes narrativi, Comentario de Simón Rodrigues, 42).

Ignacio estableció seis experiencias para los que entran en la Compañía de Jesús, de las cuales la primera es hacer Ejercicios Espirituales durante un mes, y la segunda servir en hospitales, o en algunos de ellos por otro mes… ayudando y sirviendo a todos, enfermos y sanos.

El padre Juan Antonio de Polanco, Secretario de San Ignacio, escribió unas directrices para atender a los moribundos, cuya traducción, al español de hoy, nos trae el Padre José García de Castro, S.J., en su libro: POLANCO, El humanismo de los Jesuitas (1517-1576). En todo momento, el enfermo es el centro de la atención.

Extracto, para este Boletín, algunos textos, que ilustran cómo debe ser nuestro servicio a los pacientes y a sus familias:

  • Pondere lo mucho que importa ayudar a los moribundos. La muerte es asunto de suma importancia. Entienda, en primer lugar, el que se dedica a ayudar a los que parten de esta vida, cuánto importa y qué obra de auténtica caridad es socorrer al prójimo que se halla en tal situación; errar en este punto es lo más grave. Y como la muerte ocurre solamente una vez, cualquier error que aquí se cometa, no hay remedio que pueda corregirlo.
  • Medite previamente lo que ha de decir, el orden y el modo. Si a una charla ha de preceder el estudio, también a un acto como este. No a todos va bien una misma cosa y manera. Y si cuando se tiene una charla se emplea tiempo de estudio para decir cosas a propósito y con el debido orden, ¿cuánto más necesario será pensar previamente las cosas y su orden tratándose de un asunto como este, tan arduo? No se han de decir siempre las mismas cosas ni del mismo modo, sino que será conveniente variar según la diversa disposición de los moribundos, y la mayor o menor oportunidad de lugar y tiempo.
  • Conozca previamente la condición del enfermo. Si no le es conocida la persona o el estado del enfermo a quien acude y se ofrece ocasión, procure antes conocer quién es él, así como las condiciones en las que se encuentra; a saber, si es persona erudita, prudente, si está en sus plenas facultades y juicio…
  • Cómo ha de ser el primer encuentro. Se ha de tener mucho cuidado de no causar hastío al enfermo. Use de una modesta libertad. No comience de modo abrupto, sino que dirigiéndose al enfermo mismo y a los presentes salúdeles cortésmente; pregúntele cómo se encuentra, compadézcale, muestre preferencia por él. Si el enfermo mismo quiere decir algo, escúchele y tenga mucho cuidado de no molestarle, sea con los temas mismos o adoptando un tono más alto de lo conveniente o repitiendo las mismas cosas; más bien, percatándose poco a poco de la manera de ser de la persona, procure consolarle y gánese su benevolencia tratándole con cariño y prudencia…

He pensado que… quienes trabajamos en el Hospital Universitario San Ignacio, debemos hacer honor, con nuestras actitudes, al nombre de IGNACIO