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HE PENSADO QUE…
Por: Padre Eugenio Antonio Gómez Caycedo, S. J. - Director de Auditoría Interna de Gestión
Jul 08 2017
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Al celebrar en este mes de julio la fiesta de San Ignacio, patrono de nuestro Hospital, se impone referirse a él, toda vez que, como dice nuestro himno, "San Ignacio de Loyola es nuestro guía". En esta ocasión, me limito a trascribir algunos párrafos del libro "Ignacio, solo y a pie", una de las mejores biografías de San Ignacio, escrita en 1982, por el historiador Ignacio Tellechea Idígoras, su paisano. Dice el autor:

El Papa Paulo Cuarto lo definió como «ídolo» de los suyos, esto es, de los jesuitas, mientras un sabio coetáneo como el calvinista Teodoro Beza lo incluía entre los «espantosos monstruos». Se le cuelgan epítetos resonantes, preferentemente de tinte militarista: capitán, adalid, campeón, héroe, soldado de Cristo, abanderado, general de las milicias loyoleas, patriarca, atlante de la Iglesia... La imaginería lo presenta brioso y triunfal, cubierto de oro, envuelto en una casulla airosa, con gesto bizarro. ¡Qué lejos estamos de la vera efigie de este hombrecillo que no llega a un metro con sesenta, mal trajeado y enfermo, que paseó por Europa su aspecto despreciable durante tantos años de su vida! Hemos de despojarle de esas numerosas capas de pintura para llegar a su madera originaria, a su fibra humana y espiritual.

Si Ignacio de Loyola volviese de incógnito a su tierra, como lo hiciera en 1535, difícilmente reconocería su villa natal. Podría salir de la villa para acercarse a la cercana Loyola, su cuna y cuna de sus antepasados durante siglos. Esta fantasía precedente nos ha servido para, de modo plástico y por contrastes, adentrarnos en las dificultades que presenta cualquier intento de recomponer la «vera effigies» (la verdadera imagen) de San Ignacio.

La joya máxima es, sin embargo, la justamente llamada Autobiografía: El relato de un peregrino, del hombre que peregrinó, lejos de su hogar nativo hacia lo desconocido, guiado por una confianza fundamental en quien le llevaba, no sabiendo hacia dónde.


Solo, sin teatro, sin lágrimas ni compañeros a su alrededor, sin nombrar Vicario, sin cerrar definitivamente las Constituciones, sin echar bendiciones, dar consejos de última hora, sin transportes ni milagros, sin sacramentos ni bendiciones papales, sin la ritual recomendación del alma. Murió «al modo común», como apunta consternado un testigo. Se hizo la autopsia de su cuerpo. Cálculos y más cálculos, testigos mudos de sufrimientos ocultados, aparecieron en el hígado, riñones, pulmones, hasta en la vena porta. La autopsia de su alma aún no ha concluido tras cuatro siglos. ¡Ah!, y los pies... estaban cuajados de recios callos, creados en todos los caminos de Europa para «ayudar las ánimas», una a una, por este peregrino, amigo de caminar «solo y a pie».